Ella, siempre tan tímida y secreta ahoga las penas en
pensamientos y miradas…
Me contó una vez, hace tiempo… hace mucho tiempo… que
estuvo enamorada… Él la miró… y ella lo miró a él… y al poco tiempo, sin saber
cómo ni por qué, se encontraron abrazados bailando… y bailaron y bailaron… así
toda la noche… Al menos, eso me contó…
Pensaba que podía pasar desapercibida… ajena a las
miradas… olvidando que entre cientos unos ojos de ella no se apartarían…
Con el tiempo el chico desapareció… con los padres
partió a tierra lejana… sin más miradas… y sin despedida… Ella, en su silencio
una carta dejó escrita… una carta que nunca nadie leyó… una carta de lágrimas
vestida, sentida… una carta de amor en la que nunca supo decir “adiós”… que de
entre tantas palabras escritas… esa, nunca se escribió…
Ella, está sentada hoy junto a mí… me toca las manos y
acaricia con sus dedos mi carita… y mi nariz… pero sobre todo, lo que hacemos
ella y yo… es mirarnos… mirarnos como testigos mudos que en silencio se
adormecen en su letargo…
Nadie más nos ve… solos entre todos estamos ella y yo…
pues si algo justifica tan hermoso momento… es que, a los ojitos, no podemos
dejar de mirarnos…
Jesús.