A
veces el ser humano logra distanciarse tanto de sí mismo que se fragmenta… como
si contemplara su rostro en un espejo roto en mil pedazos… A veces se siente
desolado o en exceso abrumado buscando atesorar lo que nunca nadie le ha dado…
y olvida, que por mucho que disfrace su alma, pinte su fachada y por fuera se “vista”… al
Mundo llegamos desnudos… y casi siempre llorando…
Curiosamente,
aprendemos antes a decir el No que el Si… aprendemos a negar y a negarnos…
aprendemos a protegernos y de una fuerte armadura acorazarnos… Creamos máscaras
que se relacionan con otras máscaras y aprendemos a pedir “la patita” por
debajo de la puerta antes de que a alguien “en parte” nos entreguemos…
Es
así, somos esclavos del miedo… nos cuidamos mucho de por entero entregarnos
creyendo que vivimos eternamente o por mil años… Ignoramos que la vida se
esfuma en un segundo y que no son los recuerdos lo que guardamos, pues hasta la
memoria es frágil y voluble, sino aquello que a los demás por amor damos…
Vestimos
al miedo de duda y del amor dudamos, laceramos a nuestro corazón y hasta de la
soledad, por miedo, escapamos… olvidamos, sabiendo que lo olvidamos, que solo
unos “brazos”, unos “labios” y unos “ojos” son para esta vida nuestro mejor don…
que no hay mayor paz para un alma que una caricia, una mirada y una templada
voz…
Nos
olvidamos que la vida se transita con el alma “desnuda”… y sin embargo
gastamos todas nuestras energías en engalanarla, a veces de seda a veces de
trapos, ignorando que para “volar” no son las vestiduras sino las “alas” las que
mejor y más alto el cielo nos harán surcar…
Jesús.