A veces tiene uno la sensación de que está viviendo la vida en un
continuo “Adiós”; me explico: toda relación, por hermosa que ésta sea, parece
que alberga en su interior una despedida latente… un adiós…
Nos enseñan a dar las buenas noches, a mover las manos en las
despedidas a compás y al mismo son, a dar abrazos ante la partida, la pérdida o
el dolor, a llorar en silencio… solos, y algunos hasta en un rincón… y hasta
dedicar un discurso, plegaria u oración…
Hay quién encuentra “refugio” en las drogas o el alcohol por no afrontar
el miedo que supone la “pérdida”, el duelo o el dolor…
Ese parece ser el rumbo, encuentros y despedidas… tic-tac, tic-tac… sin pausa, como el compás de
un reloj… saber decir “Hola”… saber decir “Adiós”…
Pero pensando, pensando… a veces, al menos así lo creo yo, nos
olvidamos de algo aún más importante… nos olvidamos de el momento, de ese “momento”
que es a su vez, todos los “momentos”…
Jesús.
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